La canción del cazador

 

La canción del cazador

En el corazón del bosque, donde la luz del sol se filtraba entre las hojas y el canto de los pájaros llenaba el aire, vivía un cazador llamado Tomás. Tomás era un hombre de pocas palabras, curtido por el sol y la lluvia, con una mirada profunda que reflejaba la sabiduría de la naturaleza.

Su vida transcurría al ritmo de las estaciones, siguiendo las huellas de los animales en la tierra húmeda, anticipando sus movimientos con la astucia de un zorro. Su arco y sus flechas eran extensiones de su cuerpo, herramientas precisas que le permitían obtener lo necesario para sobrevivir.

Un día, mientras cazaba venados en la espesura del bosque, Tomás se encontró con un espectáculo que lo conmovió hasta lo más profundo de su ser. Un grupo de lobos rodeaba a un cervatillo, atemorizándolo con sus aullidos y su presencia imponente. El cervatillo, tembloroso y acorralado, emitía un balido lastimero que resonaba en el silencio del bosque.

En ese instante, Tomás sintió una profunda conexión con el cervatillo. Él también había sido un niño indefenso en algún momento, expuesto a los peligros del mundo. Y como cazador, comprendía la necesidad de la depredación en el equilibrio natural.

Sin embargo, algo en su interior le impidió disparar. No podía actuar como un depredador más, añadiendo sufrimiento a la ya difícil situación del cervatillo. Bajó su arco y se acercó con pasos lentos, sin hacer ruido.

Los lobos, sorprendidos por la presencia del hombre, se retiraron lentamente, desapareciendo entre la maleza. El cervatillo, exhausto y confundido, se quedó mirando a Tomás con sus grandes ojos húmedos.

Tomás se acercó con cautela, extendiendo una mano hacia el pequeño animal. El cervatillo, dudando al principio, finalmente se acercó y lamió su mano con suavidad.

En ese momento, Tomás comprendió que la caza no era solo una cuestión de supervivencia, sino también de respeto y equilibrio. Dejó su arco y sus flechas en el suelo, y decidió dedicar su vida a proteger a los animales del bosque, convirtiéndose en un guardián de la naturaleza.

A partir de ese día, Tomás recorrió el bosque enseñando a otros cazadores a vivir en armonía con los animales, a cazar solo lo necesario y a respetar la vida silvestre. Su historia se convirtió en una leyenda, una canción que se cantaba alrededor de las fogatas, recordando la bondad y la sabiduría del hombre que comprendió el lenguaje de los animales.

Y así, el cazador que alguna vez persiguió a las criaturas del bosque se convirtió en su protector, un símbolo de la conexión profunda que existe entre el hombre y la naturaleza.



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